dc.description.abstract | Situémonos en 1797, fecha decisiva para el devenir de la ciudad de mayor fama en el siglo XVIII, Venecia. Ese año, se produce la caída de la Serenissima Repubblica en manos de Napoleón, coincidiendo esta circunstancia con la conclusión de los trabajos decorativos que Giandomenico Tiepolo (1727-1804) llevaba a cabo en su villa familiar de Zianigo. Pero el declive venía de lejos, pues Venecia vivía inmersa en una profunda decadencia, la cual se maquillaba, creando una burbuja verdaderamente fastuosa, inconsciente de que, en algún momento, debía estallar. Giandomenico conocía la situación. Cansado del artificio y del estrés urbano, se retira a su villa campestre. Allí, siguiendo la gran tradición de fresquistas venecianos, que había dominado en el XVIII su padre, Giambattista Tiepolo, se dispone a dar su propia visión de la sociedad en la que vive, retratándola en esos últimos momentos incluso a través de personajes fantásticos. Será consciente de que, con él, algo se cierra, más no solo su estirpe, al morir sin descendencia, sino también su estilo, aún apegado al rococó y, sobre todo, el paradigma de la llamada Edad Moderna, superado ya por los ilustrados y roto tras la Revolución Francesa. En una sociedad tan falsa, elige como protagonista de su última obra, su testamento pictórico, al personaje más sarcástico de todos, el Pulcinella. Aun portando una máscara, era más real que aquellos que llevaban el rostro descubierto. Este personaje se coloca en los lugares antes destinados a los dioses, como símbolo de la caída de ese viejo mundo, pero con él, nace también la esperanza en uno nuevo. Todo parecía haber sido un sueño y el nuevo mundo que nos espera está lleno de incógnitas; sin embargo, Giandomenico confía en ese nuevo hombre. | |